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Los consejos de Aristóteles a un traductor - Tradux

 

Aristóteles

Conviene volver a los textos clásicos. Siempre resulta fascinante rescatar una voz fallecida hace 2.400 años, y que ha servido de inspiración a toda una civilización.

La nuestra.

Aristóteles es, con toda seguridad, una de las personas más inteligentes que hayan existido jamás. Su curiosidad era proverbial; su capacidad, increíble. Tuvo que crear de la nada los fundamentos teóricos de muchos ámbitos del saber humano, y nadie ha sido tan influyente en tantos aspectos de la ciencia y del conocimiento.

«La Poética» es, probablemente, el estudio literario que ha ejercido una mayor influencia durante siglos; pero no son más que anotaciones, apuntes que el autor disponía para servir de apoyo durante sus clases orales peripatéticas. Está construido por fragmentos, a veces inconexos; simples recordatorios de lo que constituía el meollo de la charla.

Lo que no sabemos, lo que hemos perdido, puede ser inmenso.

De todos modos, los breves apuntes que nos han llegado son válidos para establecer unas pautas simples, unos cánones de obligado cumplimiento para quien pretende convocarse al regazo de las musas de la literatura o en el siempre difícil oficio de la traducción.

 

La magnitud

La belleza consiste en magnitud y orden, por lo cual no puede resultar hermoso un animal demasiado pequeño (ya que la visión se confunde al realizarse en un tiempo casi imperceptible), ni demasiado grande (pues la visión no se produce entonces simultáneamente, sino que la unidad y la totalidad escapan a la percepción del espectador)

Toda obra tiene innata una duración, un tiempo y espacio.

Hay una enseñanza básica que conviene observar siempre: el autor escribe, cierto; pero, por encima de todo, borra. Incluso el traductor lo hace.

Menos es más.

 

Lo accesorio

Es preciso (…) que las partes de los acontecimientos se ordenen de tal suerte que, si se traspone o suprime una parte, se altere o disloque el todo; pues aquello cuya presencia o ausencia no significa nada, no es parte alguna del todo.

Los aderezos innecesarios confunden al lector. La obra atesora una coherencia interna tal que no sobra ni falta una sola sílaba. Lo mismo sucede con la traducción, que debe adecuarse a lo que es la esencia del original.

¿Difícil? Por ello la escritura es un don al alcance de muy pocos.

 

la emoción

El temor y la compasión pueden nacer del espectáculo, pero también de la estructura misma de los hechos, lo cual es mejor y de mejor poeta.

Se pueden utilizar todo tipo de trampas que sirvan de atajos en la senda de la emoción. Pero la obra, contenida, debe ser capaz de alimentar por sí misma tales sentimientos, sin provocarlos artificiosamente. Sin prefabricar ni imponer el efecto, diría Eco.

 

El artista

El arte de la poesía es de hombres de talento o de exaltados; pues los primeros se amoldan bien a las situaciones, y los segundos salen de sí fácilmente.

¿De dónde proviene la creatividad? De los adentros, claro está. Hay personas que se saben escuchar, y recrean ese soliloquio transformándolo en diálogo; y las hay que no distinguen con facilidad el universo interior de la realidad objetiva.

Los segundos pueden llegar a ser artistas si no se les diagnostica y medica a tiempo.

En la traducción, especialmente la literaria, el autor del texto traducido también es un creador. Siempre debería aparecer su nombre en la portada de los libros. Pocas editoriales lo hacen.

 

Las partes de una obra 

Toda tragedia tiene nudo y desenlace

Esta afirmación de Perogrullo es de lo más conveniente, porque a menudo los autores pierden de vista aspectos tan básicos como que el nudo llega desde el principio, o bien que muchos, después de anudar bien, desenlazan mal. Este es un problema muy común; pocas cosas hay tan difíciles como saber poner fin a una obra.

 

La mesura

La mesura es necesaria en todas las partes de la elocución; en efecto, quien use metáforas, palabras extrañas y demás figuras sin venir a cuento, conseguirá lo mismo que si buscase adrede un efecto ridículo

Si se siguiera a rajatabla este consejo, se publicaría sólo un 10% de lo que repleta hoy las estanterías de las librerías, incluidos algunos éxitos de ventas que quieren parecer literatura y son, en realidad, humo de especias.

O una especie de humo.

 

Metáforas

Lo más importante con mucho es dominar la metáfora. Esto es, en efecto, lo único que no se puede tomar de otro, y es indicio de talento; pues hacer buenas metáforas es percibir la semejanza.

Fundamental. La metáfora nos permite llegar a lugares que la razón no alcanza, y explicar lo que no tiene explicación posible, y recrear lo que nunca debió de existir. Es indicio de talento, y no puede imitarse ni robar de otro. Se tiene o no. Y basta.

En la traducción la traslación de la metáfora es un ejercicio de dominio del lenguaje y la cultura, de origen y destino. Es lo que hace de la traducción un oficio tan difícil. Traducir no es sólo saber idiomas.

 

Verosimilitud

Se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble

Hay un orden último que debe respetarse, dice Aristóteles, el de la verosimilitud. Esta exigencia hace del trabajo de crear (pues de trabajo hablamos) algo más complicado aún. El autor debe constreñirse a lo creíble, aunque resulte imposible de facto. De este modo, el lector puede embarcarse en un trayecto no exento de imaginación ni de fábula, pero coherente al fin y al cabo. Aristóteles le dedica un precioso elogio a Homero, cuando dice que fue el gran maestro de los demás poetas en decir cosas falsas como es debido.

Es de justicia hacer mención a la magnífica edición con la que se ha trabajado en este artículo. Se trata de una edición trilingüe griego/latín/español de la editorial Gredos traducida, ni más ni menos, que por Valentín García Yebra.

Conviene poner fin con las últimas palabras de su magnífica introducción:

 

Espero que mi traducción no merezca críticas tan duras como la de Sepúlveda contra Alcyonio. En todo caso, prometo no seguir el ejemplo de éste. No compraré los escritos de mis censores para quemarlos, sino para enmendar mis yerros. Y antes echaría al fuego mi propia obra que las de quienes me demostrasen que merecía quemarse.

 

Estimado lector, permítanos el consejo: si es usted traductor o escritor, grábese con fuego las palabras del maestro.

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